En el dos mil siete mis padres decidieron que irnos a España sería una buena decisión para todos; quiero decir que desde su punto de vista así podríamos tener muchas más oportunidades en todo.
El primer año fue horrible: aprender un idioma que ni siquiera me gustaba (porque hay que decirlo, el español nunca me había llamado la atención), conocer gente nueva, una ciudad nueva y otras mil cosas; pero bueno, tuve que aceptarlo sin rechistar. Los siguientes años pasaron como si nada. Hubo mil cambios en mi vida pero estaba en mi zona de comodidad, junto a los que habían formado mi personalidad y en la ciudad donde había pasado más tiempo; en conjunto podría decir que todo bien.
Saltándome algunas cosas, llego al año pasado, en junio para ser exacta, el mes en el que volví. Estaba acostumbrada a una ciudad ordenada y con viejecitos, eso quiere decir mucho silencio; pues no, ya no. Ahora tenía qe aguantar a miles de jóvenes, mucho ruido, tendría que estudiar a una hora y pico de casa y otras cosas que me desagradan. Por si fuese poco, al llegar al instituto resulta que no puedes hacer casi nada, ni salir del edificio en los recreos que tenemos entre clase y clase (una pequeña cárcel diría yo) ¿Sinceridad ante todo, no?
Pues quiero volver, aunque aquí también hay personas geniales, pero esa minoría no podrá nunca cambiar a un país entero.
Me gusta tu cuento, Sabina. Es sincero