adaptación del artículo "¿Por qué no aprenden los alumnos?"
de rayuelafilo.blogspot.com
Jamás he conocido a un profesor que no enseñe, ni a un alumno que no aprenda. Aunque en ocasiones el profesorado se queja de la incapacidad del alumnado para aprender y el alumnado lamenta la incompetencia del profesorado para enseñar, lo cierto es que en ningún momento dejamos de aprender los unos de los otros y los unos con los otros. Enseñar y aprender son procesos consustanciales al ser humano, se enseña y se aprende incluso en contra de la propia voluntad. Sin embargo, a pesar de esta certeza siempre acabamos formulándonos la misma pregunta después de cada evaluación, cuando comprobamos que los resultados obtenidos no han sido los deseados: ¿Por qué no aprenden los alumnos?
De entre las muchas respuestas que he escuchado, hay una que siempre me ha llamado la atención por el nivel de consenso que suscita entre el profesorado y por la carga de responsabilidad que otorga, casi en exclusiva, al alumnado: “Porque no estudian”.
No pretendo romper este consenso y estoy dispuesto a admitir que los elevados índices de fracaso escolar que se dan en nuestros institutos se deben, principalmente, a la falta de estudio de los alumnos, pero me surge, entonces, una nueva pregunta: ¿Por qué no estudian?
No sirve un “porque no quieren” por respuesta. Demasiado fácil y, en el caso de los alumnos que quieren, pero no pueden, demasiado injusto. Si aceptamos la reflexión del principio y admitimos que nuestros alumnos aprenden sin estudiar en la calle, en casa o en internet, con los amigos, la familia o las relaciones que establecen a través de las redes sociales, cuando leen una revista, escuchan música o ven la televisión, tal vez lo que corresponde es reformular la primera pregunta: ¿por qué no aprenden lo que les enseñamos en el instituto?
Dice Carlos Calvo, pedagogo Chileno al que animo a leer, que “...el que enseña deslumbra con el misterio y el que aprende se fascina y sueña...”
Y no sé yo si nuestros centros educativos están para misterios, fascinaciones y sueños. ¿Qué misterio puede haber en la exigencia permanente de estudio sin otro fin aparente que el de aprobar un examen?, ¿qué fascinación puede provocar en el alumno el hecho de descubrir que, superada esa prueba, una vez demostrado que se ha estudiado, nadie parece interesarse de verdad por si ha aprendido o no?, ¿resulta motivador y pertinente evaluar el estudio y no el aprendizaje? Yo mismo podría recitar todavía teoremas, leyes y principios que memoricé en el bachillerato, que me sirvieron para superar cursos y obtener un certificado académico, pero que nunca aprendí, porque aún hoy sería incapaz de aplicarlos en la práctica.
Juan Pedro Serrano Latorre, Profesor de inglés