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Băbănel, el chucho del semáforo/Băbănel, cățelul de la semafor

Un estado que es incapaz de cuidar a los perros no puede cuidar a las personas.

Hace un año o dos los que gobiernan este país decidieron exterminar a todos los chuchos vagabundos de Bucarest. Claro, como los perros no votan ¿para qué aguantarlos?

En el semáforo por donde cruzo habitualmente para llegar al metro teníamos a Băbănel, un ejemplar de la raza bucarestina más pura, en aquel momento ya en peligro de extinción.

Me acuerdo de que una noche de invierno me lo encontré como siempre en el mismo sitio. A más de diez bajo cero, erguido y recibiendo de lleno en el hocico los latigazos del viento y de la nieve. Cuando lo vi así me entró un dolor de corazón. Mi hijo lo acarició llorando. Le pregunté por qué estaba allí, al descubierto. No dijo nada. Apenas lograba mantener abiertos los ojos color ámbar.

Corrí en busca de una caja de cartón pero desistí. Lo más importante es que coma, pensé. En una tienda cercana compré dos grandes espaldas de pollo y en casa preparé un buen caldo con carne, huesos, harina de maíz para hacerlo más espeso y una pizca de sal. Salí a buscarlo. Al verme, corrió hacia mí con entusiasmo. Se lo comió todo en un minuto o dos y en seguida ladró dos o tres veces. Con fuerza, como dando a entender a todo el mundo que había recuperado todo el vigor perdido.

Al día siguiente Băbănel ya no estaba en su lugar habitual. Lo habían cogido y lo habían llevado a la perrera.

Sin perros vagabundos Bucarest es igual de gris y de sucia pero mucho más triste.

Băbănel y su compañera Benuța

Mi animal preferido es el perro. Mi perro se llama Max. Es un animal intelingente. Tiene un año. El tiene los ojos verdes y pequeños. La nariz es pequeña. La boca es pequeña. El pelo es negro y liso. Es un perro muy bueno. Sabe hacer cosas interesantes. Es un perro que corre mucho porque es delgado 

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Un perro es más que un animal que vive al lado del hombre. Un perro es un amigo que te anima cuando llegas a casa y pide caricias acostado sobre la tripa. Un perro te puede hacer feliz cuando estás mal y te hace reír. Así que, si usted tiene un perro, no lo ignore porque sufre.

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Mi perrita



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Mi perrita se llama Jessy. Es muy simpática. Es muy jugadora y divertida. Sus juguetes preferidos son:

          - la pelota pequeña

          - el oso de peluche

        - los calcetines

        - los juguetes que hacen ruido.

Tiene un año y ocho meses.  Es un pequeño perro de raza. Es blanca.A mí me gusta jugar con ella.

El perro da brincos de contento y está feliz. Este chucho ha tenido suerte. Alimentado, acostado y cuidado como un bebé. Como un bebé afortunado, quiero decir, porque los hay en este maldito mundo tirados por ahí como viejos muñecos de trapo.

Siempre limpito y con el pellejo blanco y brillante. Le dejan acostarse en la almohada de sus amos, puede comer de sus platos y si se hace pis sobre la alfombra no pasa nada.
Cuando lo sacan a pasear, echa a correr tras algún perro vagabundo que anda a sus anchas por donde le da la gana. Casi todos son unos ejemplares grandes y robustos, espinazo grueso y tórax desarrollado. Casi nunca se dan por aludidos y siguen su camino aparentemente sin rumbo determinado.

Nuestro chucho parece envidiarle esa arrogancia y también algo más: esa libertad de caminar hacia ninguna parte. Se le queda mirando, correa tensa al cuello y patas delanteras en alto. Esa libertad que no sabría enfrentar porque se moriría de hambre y de frío pero que, a pesar de todo, le fascina.