Băbănel, el chucho del semáforo/Băbănel, cățelul de la semafor
Un estado que es incapaz de cuidar a los perros no puede cuidar a las personas.
Hace un año o dos los que gobiernan este país decidieron exterminar a todos los chuchos vagabundos de Bucarest. Claro, como los perros no votan ¿para qué aguantarlos?
En el semáforo por donde cruzo habitualmente para llegar al metro teníamos a Băbănel, un ejemplar de la raza bucarestina más pura, en aquel momento ya en peligro de extinción.
Me acuerdo de que una noche de invierno me lo encontré como siempre en el mismo sitio. A más de diez bajo cero, erguido y recibiendo de lleno en el hocico los latigazos del viento y de la nieve. Cuando lo vi así me entró un dolor de corazón. Mi hijo lo acarició llorando. Le pregunté por qué estaba allí, al descubierto. No dijo nada. Apenas lograba mantener abiertos los ojos color ámbar.
Corrí en busca de una caja de cartón pero desistí. Lo más importante es que coma, pensé. En una tienda cercana compré dos grandes espaldas de pollo y en casa preparé un buen caldo con carne, huesos, harina de maíz para hacerlo más espeso y una pizca de sal. Salí a buscarlo. Al verme, corrió hacia mí con entusiasmo. Se lo comió todo en un minuto o dos y en seguida ladró dos o tres veces. Con fuerza, como dando a entender a todo el mundo que había recuperado todo el vigor perdido.
Al día siguiente Băbănel ya no estaba en su lugar habitual. Lo habían cogido y lo habían llevado a la perrera.
Sin perros vagabundos Bucarest es igual de gris y de sucia pero mucho más triste.
Băbănel y su compañera Benuța