El otro día, en Twitter, un bobo escribió algo que me tiene caliente: «La cultura debe ser de acceso libre y gratuita». El fulano criticaba un artículo de Javier Marías en el que éste, con argumentos de peso y conocimiento del asunto, señalaba el grave perjuicio económico que para editores, libreros y autores supone la piratería electrónica en España: uno de los países europeos donde, con desvergonzado beneplácito gubernamental, más impunemente se piratea literatura en la red; hasta el punto de que las ventas cayeron el año pasado hasta el 70% del anterior, con el desastre que eso supone para cuantos viven de la industria del libro.
Y ya que hablamos de desvergüenza y gobiernos, palabras sinónimas, no estaría de más recordar que Ignacio de Luzán, literato aragonés, escribió en el siglo XVIII: «Sólo un Estado organizado y fuerte, liberal y protector con sus artistas, pensadores y científicos, es capaz de proveer al progreso material y moral de la Nación». Dejando aparte el toque absolutista propio de su tiempo, la idea básica sigue siendo válida, y explica muchos males de ahora. Sin cultura no hay educación, sin ésta no hay futuro, y los gobiernos -en democracia, con la colaboración de los ciudadanos responsables- deben garantizar su desarrollo y beneficios generales.
En España ocurre todo lo contrario, y sobre todo con el gobierno de Mariano Rajoy -tan aficionado, por otra parte, al fútbol y al ciclismo- que en materia de cultura hace que Zapatero y su chusma de iletrados e iletradas parezcan la escuela de Atenas. En vez de garantizar la cultura y proteger a sus creadores, esta pandilla desprecia todo lo relacionado con ella, y lo hace de un modo tan infame que acabas preguntándote si tiene cuentas por saldar. En un país donde un producto cultural tiene el mismo trato fiscal que una camiseta de Zara; donde a un director de cine, a un músico o un novelista el ministerio de Hacienda los mete en el mismo grupo que a actrices porno, futbolistas o pedorras de la telebasura, el ministro Montoro encabeza, desde el primer día de gobierno del Pepé, una campaña de acoso e intimidación fiscal nunca antes vista a cuanto tiene que ver con la cultura. Exprimirla sin miramientos, es la idea. Pero a nadie, ni en este miserable Gobierno ni en el anterior, se le ocurre nunca proteger sus derechos. Su trabajo. Su futuro.
Lo contaba Javier Marías en el artículo que mencioné antes. Dos años de esfuerzo en una novela obtienen a cambio el 10% sobre su precio. Si la novela se vende a 20 euros, el beneficio para el autor son 2 euros por cada libro: 10.000 ejemplares vendidos supondrán 20.000 euros de salario por dos años, lo que no es demasiado, sobre todo si se tiene en cuenta que cuando alguien invierte dos años de su vida en escribir una novela, nada le garantiza que ésta vaya a venderse. Eso, sin contar viajes, materiales, inversiones previas necesarias para escribir la obra. En cuanto al libro electrónico legal, si el precio es de 8 euros, el beneficio para el autor será de 0,80 euros. Eso significa que cada lector que baje por la patilla esa novela de la red le estará robando a Javier, a mí, a quien se dedique a esto, entre 0,80 y 2 euros, según el soporte. Lo que significa que 5.000 lectores piratas, a cambio de libros gratis que quizás ni lean, habrán robado al autor entre 4.000 y 10.000 euros. Sin contar el daño hecho a editores y libreros, y a quienes para ellos trabajan. Porque no hablamos sólo de autores, sino de toda una compleja industria y de los miles de personas, empleados y sus familias, que viven de ella.
Algo semejante ocurre con músicos y cineastas. Por eso se desploma el mercado de la cultura, entre quienes la consumen menos y quienes no pagan por ella. Hay esfuerzos y gastos previos imposibles si la rentabilidad es poca. Fabricar cultura es un trabajo como cualquier otro, y exige una remuneración adecuada, sobre todo si ese trabajo es tu medio de vida. Además, un escritor o un artista suelen tener fecha de caducidad, como los yogures, y tal vez esa persona aún deba vivir muchos años de lo que ganó en un momento de éxito. Creer que la cultura es algo que los autores fabrican en ratos libres, por diversión y sin esfuerzo, es una estupidez en la que incurren muchos. Así que calculen lo que pasa cuando las ventas legales caen en picado. Y si eso sucede con autores superventas, que aún se las apañan, consideren lo que espera a los autores modestos. Quién podrá permitirse, de aquí a nada, dedicar dos años a crear algo sabiendo que después no cobrará por ello. Imaginen a un abogado, un arquitecto, un fontanero, a los que no pagaran sino tres de cada diez clientes. Si este trabajo lo quieres gratis, dirían, que lo haga tu puta madre.
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