La carta de Loella
Este año tenemos una clase que se llama "Educación de valores". Con este propósito hemos adaptado el capítulo 14 del libro "La hija del espantapájaros" de María Gripe para una pequeña obra de teatro.
La actividad fue pensada para el VI curso de este año (11-12 años). Actúan 9 alumnos en los papeles de Loella, Eva, su mejor amiga, el anciano, vendedor de sellos, Max, Basti, Miguel, Miriam, Cata, el director.
En la clase son 30 alumnos. La dividimos en grupos, repartimos los papeles y actúan por turnos.
Acto primero
Primera escena
Eva le preguntaba todos los días a Loella si su padre le había escrito.
-¿Te ha escrito tu padre?
- Todavía no –dijo Loella-. Es que mi padre viaja mucho y no se queda por mucho tiempo en el mismo lugar.
-Pero si te lo ha prometido.
-Ya lo hará. Mi padre siempre cumple con su palabra. Bueno, hasta luego. Nos vemos en el colegio.
-Hasta luego.
Segunda escena
Loella paseó un poco más por el centro y descubrió una tienda de sellos. Entró en la tienda y vio detrás del mostrador a un anciano con una lupa en una mano y unas pinzas en la otra. El hombre levantó la vista.
-¿Quieres mirar este sello? Es muy interesante –dijo el hombre.
Ella se acercó y él le dio la lupa para que examinara el sello mientras lo mantenía con las pinzas.
-Dime ¿de qué color es exactamente?
-Azul –contestó Loella.
-Lo que yo pensaba –dijo el anciano rascándose la barbilla.- No dirías que es verde, ¿verdad?
-No, azul –contestó Loella muy segura.
-Sí… Yo opino lo mismo. ¿Sabes? Tú y yo hemos hecho un importante descubrimiento. ¿Querías algo, por casualidad?
-Me gustaría saber el precio de los sellos extranjeros –dijo Loella.
-¿Usados o nuevos? –preguntó el anciano.
Loella se lo pensó un poco.
- Usados.
Y, luego, aclarándolo ante el público: - Para que se viera que vienen en las cartas de mi padre.
- ¿Y los quieres de algún país especial? –preguntó de nuevo el anciano.
- No… Me da lo mismo, de cualquier sitio. De América, quizás… pero es igual. Con tal de que no sean muy caros.
El hombre abrió un cajón. Sacó bolsitas, cajas y un gran sobre marrón. Lo puso todo sobre el mostrador y extrajo un montón de sellos de muchos colores.
-Aquí tienes muchos diferentes –dijo-. De América también, de todo el mundo.
Loella lo miró vacilante.
-¿Cuánto cuestan? Sólo necesito unos pocos. ¿Los de América son más caros?
-Llévate el sobre –dijo el anciano-. Me has sido de gran ayuda. Te lo regalo. De estos tengo muchos, llévatelos.
Y sonreía amistosamente mientras le ofrecía el sobre a Loella que no sabía si tomarlo o no. Acabó por aceptarlo, algo confusa.
- Gracias –dijo y fue hacia la puerta.
Acto segundo
Primera escena
Al día siguiente Loella le regaló un sello de América a su mayor amiga Eva. Eva estaba muy impresionada.
-Tu padre te escribe ahora –dijo Eva.
-Sí, se ve que tiene más tiempo. Mira, tengo más sellos: de China, de Brasil.
-Son preciosos –dijo Miguel-. ¡Qué colores tan bonitos!
Muguel tomó cuidadosamente un sello con sus dedos pequeños.
-¿Y este de dónde es?
-De América –dijo Loella muy contenta de que a Miguel le gustara el sello.
-De América –dijo Miguel con ilusion en la voz.
-Tu padre parece moverse con increíble rapidez –dijo Basti-. ¿En qué viaja?
-En barco –dijo Loella.
-¿En barco? –dijo Max, un chico aficionado a la geografía-. Hasta por el aire sería imposible recorrer la distancia que hay entre China y Brasil en tan poco tiempo.
-A mí no me preocupa esta cuestión –dijo Eva-. Estoy encantada con los sellos. Gracias Loella.
Segunda escena
El valor de Loella aumentó. Estimulada por la admiración de Eva y de algunos de sus compañeros, su imaginación se puso en marcha. Consiguió un sobre y un tubo de pegamento y escribió nombre y señas en el sobre. Llevó la carta completa al colegio. Se la enseñó a sus compañeros que jugaban en el patio diciendo:
-Una carta de mi padre. Todavía no he tenido tiempo de leerla –dijo y se alejó del grupo imitando unos pasos de baile.
Eva corrió tras ella.
-¿Esta también tiene sello? –preguntó Eva.
-Sí, claro –dijo Loella-. Desprendió el sello y se lo entregó a Eva.
-¡Gracias, Loella! –dijo Eva saltando de alegría.
Basti, que jugaba con la pelota y oyó la conversación, se acercó curioso.
-¿De dónde es?
-De... América –dijo Loella después de una breve pausa.
-Sí, pero de qué país –preguntó Max-. Porque América es grande y allí hay muchos países.
-Déjala en paz –dijo Miguel-. Lo haces para fastidiarla.
-¿Pero qué he dicho? –se defendió Max encogiéndose de hombros-. Sólo quería saber de qué país era.
Loella se fue a un rincón, abrió el sobre y empezó a leer la carta de su padre. Max, que la había espiado un rato, se acercó de repente y le arrebató la hoja de las manos. Loella sintió tal pánico que se lanzó a perseguirlo por el patio del colegio como si en ello le fuera la vida.
Cuando Max miró la carta vio una hoja completamente en blanco. No había nada escrito en ella. Todos los chicos, que se habían agolpado a su alrededor, la miraron con el mismo estupor. Loella se lanzó sobre el chico como una fiera salvaje y le dio una bofetada.
-¡Asqueroso ladrón! ¡Cómo te atreves a quitarme la carta! ¡Dámela!
-¿Qué carta? –dijo Max en un tono quejumbroso-. Esto no es una carta. Es sólo una hoja de papel en blanco.
Loella se alejó en silencio. Estaba llorando. Algunos chicos y chicas la fueron rodeando tratando de consolarla. Max se quedó solo y sin saber qué hacer.
-Deberías pedirle perdón –le dijo Miguel.
-¿Pedirle perdón? ¿Pero por qué? Si es una mentirosa.
Algunos apoyaron su declaración.
-Es cierto. No es una carta –dijo Miriam-. Es sólo una hoja de papel.
Loella les hizo frente. Sus ojos brillaban de indignación:
-¡Idiotas! ¿Creéis que papá me escribe cartas corrientes? ¿Para que todo el mundo pueda leerlas? ¡Una tinta invisible, para que lo sepáis!
Las dudas de sus compañeros se convirtieron en sorpresa y dejaron de murmurar. Max miraba estúpidamente el papel.
Tercera escena
De repente apareció el director.
-¿Qué pasa? –preguntó él muy serio-. Dame eso.
-Es mío –se interpuso Loella.
-No pienso quedármelo –aseguró el director-. ¿Pero por qué tiene Max la carta de Loella?
-Es que yo… yo sólo quería…Mire, es una carta muy rara. No tiene nada escrito –dijo Max.
-Loella dijo que su padre le escribe con tinta invisible –dijo Cata-. ¿Existe de verdad una tinta así?
Max enseñó la hoja blanca y el director se limitó a echarle un vistazo. Luego se volvió hacia Max.
-Dale a Loella su carta –dijo.
Max obedeció avergonzado.
-Menos mal que hay maneras invisibles para que las personas se comuniquen –dijo-. De otro modo toda la escuela sabría ahora lo que pone la carta de Loella
Y se marchó.
La mayoría de los compañeros se apresuraron a felicitar a Loella por esa gran victoria.
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