Volando hacia la muerte/Zborul spre moarte
Necesitamos un plan nacional contra el acoso, incluso una ley. Necesitamos que este tema sea un asunto de Estado, hoy y para siempre. Ni un niño más volando hacia la muerte.
Avem nevoie de un plan național împotriva hărțuirii din școli, chiar de o lege. Avem nevoie ca acest subiect să fie problemă de stat, acum și pentru totdeauna. Pentru ca niciun copil să nu-și mai ia zborul spre moarte. (În articolul său, scriitoarea spaniolă Rosa Montero ne vorbește despre hărțuirea din școlile spaniole. Relatează patru cazuri. În trei dintre ele copiii nu au mai suportat bătaia de joc a colegilor și indiferența adulților și s-au sinucis, aruncându-se în gol).
Como ahora estamos todavía estremecidos por el caso de Diego, el niño de 11 años que se arrojó por la ventana de una quinta planta, nos parece que el acoso escolar es una abominación tan espantosa que todos nos vamos a unir contra ello y vamos a acabar con esta lacra. Nuestra indignación es muy loable, pero a mí lo que más me indigna, precisamente, es que esta atrocidad inadmisible termina siendo digerida y a la postre admitida una y otra vez por las enormes tragaderas de nuestra cómplice y abúlica sociedad. Cinco meses antes que Diego, y también en Madrid, Arancha, de 16 años, con discapacidad intelectual y motora, se arrojó por el hueco de una escalera de seis pisos tras sufrir palizas y chantajes por parte de un compañero, que además cometía estas brutalidades delante de numerosos testigos que jamás hicieron nada. Claro que tampoco hicimos mucho los demás, el Gobierno, las instituciones, los ciudadanos.
También se nos encogió nuestro delicado corazón en 2013, cuando Carla, una chica de 14 años, se tiró desde un acantilado en Gijón. Su único delito era ser estrábica, y a causa de ello dos compañeras la maltrataron hasta llevarla a la muerte. Pero ya ven, al poco de aquella tragedia se nos fue el asunto de la cabeza. Ya nos había acometido antes una desmemoria parecida: la primera vez que se habló de forma masiva del acoso escolar fue en 2004, cuando Jokin Ceberio, de 14 años, se mató lanzándose desde la muralla de Hondarribia tras dos años de sistemática tortura. Entonces nos rasgamos las vestiduras y se nos llenó la boca de buenos propósitos. Hasta que la gran ballena arponeada del acoso escolar se sumergió de nuevo bajo las aguas de nuestra indiferencia. Han pasado 12 años desde la tragedia de Jokin y aquí seguimos, enterrando niños. (Sigue leyendo: por Rosa Montero)