No me considero un tintinófilo y a seguro que más de uno pondrá el grito en el cielo para sacarme errores, pero lo cierto es que, treinta años después de la muerte de Hergé, resulta imposible resistirse a escribir unas líneas sobre el periodista más famoso del mundo que jamás escribió nada: el periodista que se convierte en el corazón de la historia, en el protagonista. Cuando las reglas del periodismo dictan que el mejor periodista es el narrador invisible que cuenta lo que ve.
Pero es que Tintín es más. Mucho más.
Tras 23 albumes, traducciones en ochenta idiomas, y más de 230 millones de ejemplares en ventas, uno concluye que Tintín no es solo mero entretenimiento infantil. Spielberg realizó la mejor versión cinematográfica de un personaje que adquiere vida como ningún otro en el papel, el universo al que genuinamente pertenece. Y si atendemos al excelente documental de Anders Ostergaard, Tintin et Moi, el joven reportero resulta la extensión de la vida de un genio como Hergé, el cual supo plasmar en este boy-scout sus ambiciones, sus miedos y crisis personales y los convulsos tiempos que vivió. Hergé trasladó todos esos elementos cimentando su universo paralelo. Y cada vez que abro una de sus páginas, este universo me atrapa.
¿Cual es la razón de su éxito?
Me atrevo a decir que Hergé supo alimentar al mundo de Tintín con las contradicciones, tragedias y alegrías del suyo propio, proyectando sus miedos, sus frustraciones, sus deseos de libertad y sus legítimos sueños. Triunfando donde la mayoría de los creadores fracasan, cuando tratan de insuflar vida a sus muñecos de arcilla, con el vano objetivo de que sean inmunes al tiempo.
Se ha atacado a Hergé por su educación católica; por presentar a un Tintín asexuado; por haber tenido un mentor como el reverendo Wallez, que dirigía una revista ultracatólica como Le Vingtiëme Siëcle, alguien que no ocultaba su admiración por Hitler y los nazis y que tenía un retrato de Mussolini colgado en su despacho (el propio Wallez puso a Hergé bajo la supervisión de su secretaria, con quien finalmente el artista se casaría); por su postura racista y colonial y el trato dado a los nativos en Tintín y el Congo. Incluso se ha llegado a ridiculizar a Tintín en comics alternativos de pésimo gusto donde el reportero, por ejemplo, tenía apetito sexual por Bianca Catasfiore.