Cada momento en que respiramos, vagamos por los pensamientos, ideas, esperanzas, como si intentáramos evadirnos de nuestro caparazón y escalar el pico de no sé qué montaña para que todos vean que ¨somos¨ y ¨podemos¨ y...nos convertimos en ciegos sin darnos cuenta.
Cada uno de nosotros tiene un camino que se cruza con otro camino, otros caminos y el mundo nos ve, nos siente, respira con nosotros.
Pasa el día, seguido por la noche y, aunque presentes en la vida diaria, nos damos cuenta de que hemos estado ausentes de nuestra propia vida. Olvidamos que somos solamente seres efímeros, nos sofoca un deseo continuo y absurdo de tener lo que tiene el otro, otra canción, otro poema, otro cruce, pero no somos capaces de escuchar nuestra canción, de leer nuestra poesía, de aceptar nuestra vida tal y como es, con subidas y bajadas, de aceptarnos en toda nuestra existencia. ¿Y todo esto? Tememos descubrir qué hay en nosotros. Es más fácil mirar a otra persona, escapar de nuestra vida porque le tenemos miedo a nuestra sombra, a nuestra mente. Pero la vida se encarga de traernos de vuelta, nos recuerda que somos pequeños, que nuestro vuelo no es para siempre.
En cada uno de nosotros hay un momento, un día y nos olvidamos de estar cerca de nuestro propio ser y estar presentes en el curso natural de la vida. Vamos a conocer y ver miles de almas, pero finalmente veremos la nuestra, lo que dará la última ficha de este curso.
Gracias por esta reflexión interior, Andreea.