
El miércoles pasado, 2 de octubre de 2019, el Instituto Cervantes de Bucarest recibió a María Dueñas, la escritora española actual más renombrada. María nos habló del oficio de escritor y de cómo ha nacido su obra más conocida "El tiempo entre costuras".
El fragmento de abajo pertenece a esta novela. La protagonista absoluta del libro, Sira Quiroga, nos cuenta en primera persona sus comienzos como modista de gran talento. Su destino cambió radicalmente más tarde pero, no obstante, lo que aprendió de su madre en la adolescencia, le sirvió después para toda la vida.
Tal y como podéis leer en el fragmento que pongo a continuación, el tiempo de Sira, su vida, transcurre entre costuras, la mejor metáfora que descubre la autora para darnos a entender que el destino de cada uno de nosotros puede tener abismos. Y lo más importante es salvarlos.
"Aprendí rápido. Tenía dedos ágiles que pronto se adaptaron al contorno de las agujas y al tacto de los tejidos. A las medidas, las piezas y los volúmenes. Talle delantero, contorno de pecho, largo de pierna. Sisa, bocamanga, bies.
A los dieciséis aprendí a distinguir las telas, a los diecisiete, a apreciar sus calidades y calibrar su potencial. Crespón de China, muselina de seda, gorguette, chantilly. Pasaban los meses como en una noria: los otoños haciendo abrigos de buenos paños y trajes de entretiempo, las primaveras cosiendo vestidos volátiles destinados a las vacaciones cantábricas, largas y ajenas, de La Concha y El Sardinero. Cumplí los dieciocho, los diecinueve.
Me inicié poco a poco en el manejo del corte y en la confección de las partes más delicadas. Aprendí a montar cuellos y solapas, a prever caídas y anticipar acabados. Me gustaba mi trabajo, disfrutaba con él. Doña Manuela y mi madre me pedían a veces opinión, empezaban a confiar en mí. «La niña tiene mano y ojo, Dolores -decía doña Manuela-. Es buena, y mejor que va a ser si no se nos desvía. Mejor que tú, como te descuides.» Y mi madre seguía a lo suyo, como si no la oyera. Yo tampoco levantaba la cabeza de mi tabla, fingía no haber escuchado nada. Pero con disimulo la miraba de reojo y veía que en su boca cuajada de alfileres se apuntaba una levísima sonrisa".
